jueves, julio 15, 2010

"Un progresista es siempre un conspirador contra el destino", por: Boris Muñoz


Tildada de anacrónica, obtusa y violenta, la izquierda afronta una de sus peores crisis. Cuando el camino parece cerrado, alternativas como la del ex ministro de Asuntos Estratégicos de Brasil abren de nuevo todas las puertas.

Es difícil imaginar a Roberto Mangabeira Unger cuando llegó a Harvard en 1969 para una estadía de algunos meses. Era apenas un muchacho de 22 años que intentaba tomar distancia de Brasil, su país, donde la dictadura militar que había derrocado a Joâo Goulart acechaba a varios miembros de su familia. Antes de un año ya era el profesor de derecho más joven en la historia de la universidad más antigua y prestigiosa de Estados Unidos y el único latinoamericano en la Escuela de Leyes. Esto es bastante conocido y suele asociarse con otro momento singular en su fértil carrera intelectual y política. Aunque fue uno de los críticos más severos del primer gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores, en 2007 Lula lo nombró ministro de Asuntos Estratégicos, un ministerio sin cartera especialmente creado para que Mangabeira Unger se dedicara a trazar el porvenir de Brasil a largo plazo. Durante dos años intensos, recorrió el país de extremo a extremo y también sirvió de embajador oficioso para intentar persuadir a otros gobiernos de América Latina de la necesidad de disminuir la dependencia de los recursos naturales y encaminar a la región hacia un rumbo muy diferente del actual.
El escritorio de Mangabeira es un testimonio de su profunda conexión con Brasil: toda la superficie está cubierta por una colección de piedras semipreciosas que ha recogido en sus viajes a lo largo y ancho del gigante del sur. Es evidente que no es en ese escritorio donde pone sobre papel los articulados argumentos de su proyecto político contra lo que él llama la dictadura de la no-alternativa que subyuga al mundo (denominada por otros analistas “pensamiento único”). “Escribo de pie, así que hace muchos años diseñé yo mismo mi escritorio”, dice señalando una especie de atril de madera donde ha escrito buena parte de sus ensayos. “Lo curioso es que a los pocos meses vi un anuncio comercial de mi diseño en la revista The New Yorker. Alguien lo vio y se lo copió”.

La oficina es grande y espaciosa, con bibliotecas que cubren las paredes, y un sofá y dos butacas donde recibe las visitas.

En un interludio, Mangabeira reconoce que sus tesis irritan por igual a la izquierda y a la derecha. Por eso siempre está en riesgo de perder sus amistades en América Latina. “Mi situación tradicional en la política es tener un discurso que solo mis adversarios pueden comprender”, dice con una carcajada socarrona. Sin embargo, eso le da energías para seguir pensando a contracorriente. Por ejemplo, en uno de sus más recientes libros, Free Trade Reimagined (Princeton University Press, 2007), ataca con saña las presunciones seudoempíricas que rodean la doctrina del libre comercio y propone nuevos puntos de partida y diferentes avenidas para una economía glocal.

Aunque su obra pone de manifiesto la influencia de Marx, sobre todo por el uso del método dialéctico, Mangabeira es un ejemplar único en la amplia fauna marxista. Cada una de sus propuestas traspasa las fronteras del marxismo moralista y conservador. En la otra orilla del fatalismo histórico, su teorización se dirige a la búsqueda de un modelo de sociedad que haga de la vida común de los seres humanos una experiencia trascendente y sagrada.


Orientación

¿Tiene sentido seguir hablando de izquierda y derecha en nuestros días?
En primer lugar, discúlpame por usar una lengua fantasiosa, el portuñol, para tratar temas realísimos. Respecto a la pregunta, hoy en el mundo hay dos izquierdas. Una izquierda recalcitrante, nostálgica, que no tiene una alternativa para la economía de mercado y la globalización, pero que intenta restringir su marcha, sobre todo para defender los intereses de su base histórica: los trabajadores organizados en los sectores intensivos del capital. Es una izquierda que no tiene proyecto. Su proyecto es una negación. Hay una segunda izquierda que acepta el mercado y la globalización en sus formas actuales y quiere “humanizarlos” mediante la regulación del mercado y la redistribución compensatoria del ingreso. Por eso, su orientación es humanizar lo inevitable. No tiene programa o, más bien, es el mismo de sus adversarios conservadores, con un elemento humanizador. El mundo necesita de una tercera izquierda reconstructora y transformadora que se proponga reorganizar la economía de mercado y redefinir el curso de la globalización.

Pareciera que mientras no exista esa alternativa no tiene mucho sentido hablar de izquierda, sino de grupos que se oponen o intentan compensar la globalización. ¿Cuál es el objetivo de esa izquierda frente a las que acaba de esbozar?
El objetivo mayor de la izquierda es engrandecer la sociedad. Nunca fue simplemente humanizarla. Al contrario, siempre fue divinizar la sociedad, elevando las capacidades e intensificando la experiencia de los hombres y las mujeres comunes. El método para perseguir ese objetivo es reconstruir las instituciones. En este momento, eso significa democratizar el mercado, profundizar la democracia y capacitar al individuo. No es eso lo que estamos viendo en el mundo. En los países ricos del Atlántico norte, todo el horizonte programático se restringe a una tentativa por reconciliar la flexibilidad económica de los americanos con la protección social de los europeos en el marco del sistema institucional que ahora existe.

¿Cuál es el vínculo de esta tercera izquierda con formas de la izquierda histórica, como el socialismo marxista o el socialismo inglés?
Los liberales y los socialistas clásicos del siglo XIX tuvieron una idea semejante. Quisieron engrandecer la humanidad y propusieron un proyecto de transformación de las instituciones. En realidad, su idea del engrandecimiento de la humanidad era excesivamente restrictiva, porque estaba fundada en el modelo de la autoafirmación aristocrática que ellos quisieron universalizar. Su forma institucional era dogmática. Para los liberales era el derecho clásico de propiedad. Para los socialistas, la conducción de la economía por el Estado. Ambas cosas fueron sustituidas por un igualitarismo teórico, que lleva a suponer que la igualdad es el valor supremo, combinado paradójicamente con un gran conservadurismo institucional. Es decir, aceptar el horizonte de las instituciones existentes y humanizarlas con políticas sociales. Eso no es izquierda. Eso es una capitulación y una postración ante el destino. Un progresista es siempre un conspirador contra el destino.

Usted dice que la izquierda actual carece de programa y proyecto. ¿Cómo se distinguiría una nueva alternativa de izquierda frente a factores como el Estado, que siempre han sido un problema para la izquierda histórica?
Hay temas decisivos que definen el rumbo de esa izquierda. En primer lugar, democratizar la economía de mercado. El modelo ideológico imperante hace pensar en un modelo hidráulico: más mercado, menos Estado; menos mercado, más Estado. Ése no es el problema. Lo que quiere la humanidad es organizar un crecimiento económico socialmente incluyente, convertir la democratización de oportunidades y capacitación en el motor del crecimiento económico. Para eso es necesario reorganizar la economía de mercado. Porque no se trata de regular el mercado o de compensar sus desigualdades.

¿De qué se trata entonces?
Para comenzar, hay que innovar en la forma de coordinación estratégica entre las empresas y los gobiernos, una forma que sea descentralizada, participativa y experimental. Que sirva sobre todo para ayudar al crecimiento de las empresas pequeñas y medianas y que universalice en la economía un experimentalismo productivo vanguardista.

El segundo gran proyecto de esa izquierda es abrir un espacio que resguarde esta democratización en la economía del mundo. Significa que debemos separar algunos elementos de la ortodoxia económica que aceptamos en las últimas décadas. La parte que debe ser conservada es el realismo fiscal para cortar la dependencia del capital extranjero. La parte que debe ser rechazada es la idea de enriquecerse con el dinero de los otros, como lo hace el capital financiero, o enriquecerse a costa de los recursos naturales, como sucede en el caso del petróleo y el gas. En otras palabras, se trata de una movilización forzada de los recursos nacionales para abrir un espacio de rebeldía nacional.

El tercer gran proyecto es capacitar a los individuos con una educación basada en una mejor comprensión verbal y en una mayor capacidad de análisis numérico, dentro un sistema que reconcilie la enseñanza escolar con patrones nacionales de inversión y calidad.

El cuarto proyecto es profundizar la democracia. Una democracia de alta energía que eleve el estatus de la participación popular. Por ejemplo, a través del financiamiento público de las campañas y el acceso gratuito a los medios en favor de los partidos y los movimientos sociales organizados. También a través de la superación de los impases para acelerar el ritmo de la política; por ejemplo, mediante un sistema de elecciones anticipadas. Un esfuerzo para aprovechar el potencial experimentalista que tiene el régimen federativo para crear contramodelos y un camino que nos permita enriquecer la democracia representativa con trazos de democracia directa y participativa, pero sin diluir las garantías individuales.

Tomado: Revista El Malpensante No. 108, Mayo 2010


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